Necesito que me
abraces muy fuerte. Mi optimismo se ha reducido. Necesito que me digas que todo
va a estar bien. Necesito que estés aquí conmigo. Estoy triste. No quiero
sentirme solo. No me sueltes hasta que todo haya pasado. Siéntate conmigo, vamos
a platicar. Primero empieza tú, dime qué hiciste el día de hoy, cuales fueron
tus pensamientos, en qué momento del día pensaste en mí. ¡Cuéntame! Luego te
contaré lo que hice en el día, lo que pensé y todas esas ideas locas que tengo.
Tal vez así se me pase un poco la tristeza. Si no estuvieras tal vez estaría
encerrado en mi habitación leyendo, escribiendo, viendo televisión o escuchando
música. Cualquiera de esas actividades las estaría haciendo solo. Puede que
también estuviera en la calle o en casa de algún amigo. La idea es estar
haciendo algo para no pensar y no sentirme solo. Pero gracias a Dios estas
aquí.
¿Sabes? Si no
estuvieras aquí estaría llorando. Estas aquí y también voy a llorar. La
diferencia es que mientras eso sucede tú me abrazaras y así como mi alma se
desintegra, se vuelve a unir al instante y siento alivio. Caso contrario a
estar solo, pues mis lágrimas caerían al piso, nadie me vería y el vacío
permanecería en mí varios días antes de abandonarme.
Poco a poco me
empiezo a sentir bien. Sigue mirándome, sigue sonriendo y todo irá mejor. Lo sé
porque tus ojos me lo dicen. Tu sonrisa me lo dice. Tu presencia me lo dice. No
sueltes mi mano, no importa si la sostienes muy fuerte. En el ambiente todavía
hay melancolía que quiere meterse por mis venas. No dejes que eso suceda.
Llévame a todo lugar donde vayas. No quiero volver a esos momentos tormentosos
de angustia y desesperación, de miedo y soledad, de sufrimiento y rencor.
Esto es todo lo que
soy, la verdad no quería que me vieras así, pero ahora ya conoces todo de mí.
No te hace falta nada por explorar de mi personalidad. Mis sueños, mis
ilusiones, mis fantasías, mi vulnerabilidad, mis miedos, mis temores, mis
rencores, mis dolores, mis enojos, mis tristezas, mis alegrías; lo conoces
todo.