lunes, 10 de agosto de 2020

No es pecado

Cuando trabajaba en una oficina de nueve de la mañana a dos de la tarde y de cuatro a siete de la tarde y los sábados de nueve a dos de la tarde, no tenía tiempo para mí. Ahora que ya no trabajo en una oficina y estoy la mayor parte del tiempo en casa escribiendo, tengo tiempo para mi y suelo llorar de vez en cuando. A mí no me hace efecto esa frase de que los hombres no lloran. Lloro al leer un libro, lloro al ver una película, lloro por varias cosas.

Dicen que llorar es bueno. Se desahoga uno. También lloro al escuchar una canción. Eso sí, lloro solo. Pocas veces me ven llorar en público. Ante los demás soy alguien frio y calculador que no tiene sentimientos. Si alguno de mis amores que tuve me hubieran visto llorar seguro se reirían de mí.  Antes si lloraba sin importar quien estaba a mi lado. No me importaba nada. Hasta que conocí a Raquel. Ella me gustaba mucho que cuando éramos amigos contó que su novio lloró en la puerta de su casa y ella se rio por dentro de lo ridículo que le parecía que su novio estuviera llorando. Desde entonces no lloro cuando alguien esta presente porque si un día iba a andar con Raquel no quería que me viera llorar. Y lo logré. Andar con Raquel porque lo de llorar lo sigo haciendo, aunque puedo controlarme para que ninguna lagrima se me salga en presencia de alguien.