Mientras te estoy
esperando miro el mar y el atardecer. Si lo pienso no puedo creerlo. No puedo
creer que esté aquí sentado, bebiendo agua, mirando el horizonte en lo que te
espero. Un dejo de nostalgia se asoma y recuerdo los días cuando te conocí. Mi
memoria continúa hacia atrás y recuerdo la primera vez que te vi. Estabas
sentada leyendo algo. Ésta imagen se repite varias veces en mi mente con
algunas variantes: leyendo, escribiendo, pero siempre concentrada en lo que
tienes enfrente.
Hoy, poco más de diez
años después viene a mi mente esa imagen tuya. El equivalente a remojar una
magdalena en una taza de té. Aquí está el espacio propicio para una serie de
cursilerías, pero esperaré a que llegues para decírtelas. Deberías seguir
escribiendo, me dijiste y creo que eso voy a hacer. Voy a escribir de ti y de mí, pero con otros nombres. Voy a escribir de la felicidad porque
eso quiero dejarle al mundo. Si nadie me lee no importa. Aquí no hay lugar para
historias tristes, cargadas de odio y rencor. Por eso mismo no voy a ser un
gran escritor y tampoco pretendo serlo.
Suena mi celular. Un
mensaje tuyo. Estas cerca. El mesero se acerca para preguntarme si deseo algo
más. Le digo que no. Y sigo sin poder creer que esté aquí, esperándote.
Afectaste mi vida y afecté la tuya para bien. Sonrió. Muchas veces temí que en
cualquier momento iba a despertar para ir a trabajar y tú no estabas más. Pero
despierto siempre y siempre a tu lado. Yo que en varios momentos de mi vida no
creía en la felicidad. Veo el mar, el atardecer. ¿Cuántas veces hemos estado
aquí? ¿Dos? ¿Tres? Algo me… pero no puedo continuar. A lo lejos te veo llegar. Tal
como la primera vez. Tal como muchas otras veces más.